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El lobo se comió a Caperucita*

Monstruos que devoran niños, gigantes sanguinarios, chicos abandonados en bosques oscuros… Los relatos tradicionales están plagados de imágenes tenebrosas. ¿Son realmente adecuados para los niños? ¿Qué aprenden de ellos?

¿Cómo se convirtió el sapo el príncipe? ¿Con un beso? Pues no. No, al menos, en la versión de los Grimm (El rey rana): «La princesita se puso furiosa, cogió a la rana del suelo y, con toda su fuerza, la arrojó contra la pared: ‘¡Ahora descansarás, asquerosa!’ Pero en cuanto la rana cayó al suelo, dejó de ser rana», reza el texto. La transformación de este brutal golpe en el tierno beso que hoy conocemos resume bien las adaptaciones y readaptaciones que muchos relatos clásicos han sufrido hasta la fecha, de acuerdo con los gustos y sensibilidades de cada época. Incluso los Grimm, en la segunda edición de sus Cuentos infantiles y del hogar, confesaban haber eliminado «cualquier expresión inapropiada para los niños». Con todo, aun en las versiones más almibaradas, sigue habiendo escenas violentas, situaciones trágicas y estereotipos. Pero entonces ¿son recomendables para los pequeños o deben ‘edulcorarse’? ¿Hay que saltarse la parte en que al lobo le llenan el estómago de rocas para que se hunda en el agua, debe transformarse a la sosa princesa en la heroína que rescata al príncipe, conviene eludir el hecho de que fueron los padres de Hänsel y Gretel los que los dejaron solos a su suerte?

«No es malo leerles estos relatos, entre otras cosas porque entienden bien que son eso, cuentos. Pero todo depende de su edad y del punto de vista del padre. Conviene que el adulto los lea previamente, que piense qué mensaje están transmitiendo, cómo se los van a tomar ellos, si les van a gustar o si son demasiado pequeños para ciertos episodios», señala Silvia Álava Sordo, directora del área infantil del Centro de Psicología Álava Reyes Consultores, quien recomienda no enfrentarlos a situaciones realmente dramáticas, como el abandono, porque les pueden generar inseguridad. Más contundente se muestra la psicóloga y escritora especializada en inteligencia emocional Begoña Ibarrola, autora de varias colecciones (la última, Cuentos para saber convivir, que publica en octubre en SM): «No hay que adaptarlos. Estoy con Gianni Rodari, que defendía su valor arquetípico. A veces encarnan estereotipos, pero a la mente infantil, hasta los seis años, estos le vienen muy bien para formar su conciencia moral. De hecho, en su origen, una de sus funciones era llevar los valores de los adultos hacia los niños, con modelos y contramodelos.»

Para Ibarrola, el problema no está en cómo los chavales asumen el relato, sino en los ojos del adulto, que lo juzga sin darse cuenta de que fue creado en un momento, cultura y sociedad dados. Esta psicóloga, que ha observado y utilizado el poder de estas narraciones en terapia infantil, coincide con Bruno Bettelheim (autor del ensayo clásico Psicoanálisis de los cuentos de hadas) en que sirven para entrenar las emociones: «Los niños se meten en la piel del personaje, es decir, empatizan con él, lo que ya de por sí es importante, y también encuentran en su figura pautas para crecer. El niño ve que el protagonista supera etapas, y advierte que él también lo hace. Entiende que no va a estar siempre con papá y mamá, que saldrá y quizá sienta miedos, pero que no pasa nada. Los cuentos clásicos tienen un valor muy profundo, y por eso siguen vigentes. Contienen símbolos y cada palabra tiene su sentido, por eso pienso que hay que respetarlos en su tal y como fueron concebidos.»

¿Y qué hay del sexismo del que se ha acusado a tantos cuentos de hadas, caballeros y damiselas hermosas y anodinas? «Ellos se quedan más en la estética que en el contenido, más en el zapatito de la chica que en si es más o menos pasiva», comenta Silvia Álava Sordo. «Eso sí, cuando son mayores, conviene ampliar el margen, no centrarse tanto en la imagen de la princesa rescatada, sino en que te puedes rescatar tú», añade.

Apoyo: Cómo leerlos (bien)

«A través del cuento, se produce un encuentro entre el corazón del adulto y el del niño», explica la psicóloga Begoña Ibarrola. Un buen cuentacuentos provoca emociones; hace que el que lo escucha sienta lo mismo que el personaje. ¿Cómo? Teatralizando, gesticulando, permitiendo que el pequeño continúe la narración y repitiéndola cuantas veces lo reclame, pues a los niños les encanta saber lo que va a pasar y anticiparse. Eso sí, hasta los 8 o 9 años, esta experta aconseja no comentar el relato: «Hay que dejar que vaya posándose. A partir de esa edad sí se pueden analizar los valores que encierra, el contexto en que fue escrito, etc., pero siempre con posterioridad. Si lo hacemos antes, le quitamos la magia.» Por último, son útiles los finales abiertos, que permiten al niño reflejarse y plasmar sus propios motivos y sentimientos, y el clásico final feliz, que le transmite el valor del esfuerzo.

*Versión íntegra del artículo publicado en la revista Yo Dona (El Mundo), el 27 de octubre de 2012.

Posted in Breves, Yo Dona.

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