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AMENAZADAS COMO POLITKÓVSKAYA

Corren malos tiempos para la libertad de expresión. En lo que llevamos de año, 132 periodistas han sido encarcelados y 69 han muerto. Tres mujeres nos relatan su lucha por ejercer una profesión de alto riesgo, también fuera de las zonas en guerra.

Elena Tregubova (Rusia). Por Ana Goñi

Miércoles 29 de agosto, 0.10. h. En el mail aparece un nuevo correo firmado por Elena. Contiene un artículo del diario Izvestia sobre las detenciones que el fiscal ruso Yury Chaika hizo esa semana en relación con el asesinato de la periodista Anna Politkóvskaya. Al final de la información, aparecen fotos de varios exiliados rusos, incluida una de la propia Elena, con un pie en caracteres cirílicos que ella misma se encarga de traducir: «Tregubova también podría convertirse en una víctima». Elena o Yelena Tregubova, de 34 años, la periodista que ha mandado el correo, no aclara si ve en esto una especie de aviso. Pero el hecho de que un medio progubernamental como Izvestia te señale como posible víctima no es algo que convenga ignorar. En un país donde más de 160 periodistas han muerto asesinados desde que cayó el comunismo, el suyo es un oficio peligroso. Lo sabía Politkóvskaya y lo sabe Tregubova que, después de arremeter en sus textos contra Vladimir Putin, espera en Londres a que las autoridades británicas le concedan asilo. Por eso, hablar con ella no es tarea fácil: antes, Elena pide todos los detalles que puedan confirmar que uno es quien dice ser, para que los encargados de su seguridad puedan comprobarlos; después, se comunica sólo por mail, a menudo con un único mensaje nocturno. Algo que parece comprensible si a la inquietante mención de Izvestia añadimos que Andrei Lugovoi, el hombre al que Scotland Yard acusa del asesinato con polonio-210 de Alexander Litvinenko, sumó ese mismo día 29 el nombre de Elena a una amarga lista: «Yo creo que la cadena [de muertes] iba a ser Politkóvskaya-Litvinenko-Tregubova», declaró.

La historia de Elena arranca a finales de los 90, en los años de Yeltsin, cuando formaba parte de los periodistas destacados en el Kremlin por el diario Kommersant. Allí conoció a buena parte de la recién nacida corte rusa: políticos, ex agentes del KGB y magnates, la nueva oligarquía. Y de sus experiencias nació un libro, publicado en su país en 2003 y más tarde traducido al italiano y al alemán como Los mutantes del Kremlin, en el que no ahorraba detalles sobre ninguno de ellos. Incluido el nuevo presidente, Vladimir Putin, a quien, además, acusaba de amordazar a la prensa. El libro se convirtió pronto en un éxito y marcó el inicio de la pesadilla para su autora. Primero, el despido del periódico. Más tarde, la llamada de un supuesto empleado del aeropuerto moscovita Sheremetyevo preguntando por su dirección para entregar un paquete. «Decidí no dársela, y le pregunté desde qué teléfono estaba llamando, pero la comunicación se cortó y nadie volvió a telefonearme…» Unos días después, el 2 de febrero de 2004, un paquete fue depositado en la puerta de su apartamento de Moscú. Era una bomba. Salió ilesa de aquel ataque, que la policía calificó como un mero acto de gamberrismo. Ella siguió en la capital hasta que, el 7 de octubre de 2006, la muerte de Politkóvskaya la puso, de nuevo, en el punto de mira. «Cualquiera que ocupe su lugar asumirá una misión suicida», señaló Tregubova entonces. Sin embargo, ella misma la adoptó al publicar en el diario alemán Die Zeit una carta abierta a Angela Merkel, que iba a entrevistarse con Putin el día 12. La tituló, explícitamente, El silencio es complicidad, y en ella urgía a la canciller a presionar a Putin para que finalizasen los asesinatos políticos y reinstaurase la libertad de expresión.

Tras su publicación, Tregubova se ha visto envuelta en una de las tramas más turbias que se han visto en Occidente desde la Guerra Fría: el caso Litvinenko. Aquel mismo octubre pidió protección a Boris Berezovsky, el magnate ruso exiliado en Londres, y el 1 de noviembre, el día en que Litvinenko fue envenenado, recibió una llamada de Andrei Lugovoi, el supuesto asesino del ex espía…y el hombre al que Berezovsky había pedido que la protegiera. Lugovoi acusa ahora a Berezovsky de estar detrás de los asesinatos de Potilkóvskaya y Litvinenko, y señala a Tregubova como la siguiente víctima. Sea como fuere, la periodista sigue enfocando sus críticas contra Putin. «A los que estamos fuera de nuestro país, nos está diciendo: ‘Si pensáis que sois libres de criticar a Rusia desde la seguridad de Europa occidental, no es así. Podemos golpearos dondequiera que estéis’», explicaba recientemente en el periódico británico The Guardian. Y, sin embargo, tal vez por eso mismo, afirmaba a renglón seguido: «No voy a mantenerme en silencio, porque, si lo hago, me matarán silenciosamente».

Publicado en YO DONA, el 15 de septiembre de 2007

Posted in Londres, Yo Dona.

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